jueves, 25 de abril de 2013

Orar en todo momento

Asi motiva el entrañable protagonista del Peregrino Ruso su sincera y poco convencional búsqueda de la oración continua, basado en el pasaje de San Pablo. En la oración de Jesús, la invocación continua, afectiva, desde el corazón, en el arrepentimiento, con la apertura y la confianza de quien se fia del que le ama, con ese soporte de una oración simple, con el poder del Nombre sobre todo nombre, del resucitado que nos da su Espiritu Santo, hay una tradición que avala esta espiritualidad. Y es completamente práctico. Porque la mente no se desvia en muchas ideas y discernimientos teologicos, ganando la intensidad afectiva hacia Jesús que nos escucha y viene a salvarnos a la profundidad meditativa del la Leccio o del método dominicano de intenso discernimiento que nos lleva a la simpicidad de la contemplación. Lo que pasa es que con toda esta experiencia y efectividad podemos dotar a la oración que nos regaló el Señor de las mismas caracteristicas que hace tan eficiente la invocación del Santo Nombre. Primero simplicidad. Vamos a unificar las siete peticiones en una sola, de la que cada una sería un matiz de la misma petición. Y ¿que pedimos en el Padre? Pues evidentemente lo que dice Jesús, algo bueno, el Espiritu Santo. Nos dirigimos al Padre en en Nombre del Hijo para pedir el Espiritu Santo. Que a su vez nos invita a acercarnos al Hijo para experimentar la filiación, pues el ora en nosotros invocando al Padre. ¿Y que relación hay entre las siete peticiones? Pues que hay una dinamica de encarnación, desde la petición del Espiritu Santo para que podamos santificar su santo Nombre con nuestra vida, pasando por su Reino, no Voluntad, y en cada una de ellas hay un acercamiento. Asi que el Espiritu Santo esta viniendo a nuestra intimidad, desde el Nombre inaccesible, a su reinar y su voluntad concreta para cada uno. Estas tres peticiones quedan en el ambito del Padre. En el Pan es la Encarnación, en Jesucrito, el Pan de vida, el que vive de hacer la voluntad del Padre y que es nuestro alimento. Es el paso a la comunidad que recibe el Espiritu, que se transforma del yo al nosotros. O mejor al Yo de Cristo en el que saltamos de ser una criatura a participar en la relación del Hijo con su Padre amado. Y nutridos con el Espritu que nos da estar en comunión con Jesús poder pedir perdon como perdonamos, disciernir y vencer la tentación y liberarnos del Malo, para la gloria del nuestro Padre. Así las tres ultimas peticiones están en el ambito de la acción del Espiritu que nos cristifica. Y todo ello sigue siendo pedir el Espiritu Santo, cada vez mas cerca de nuestra situación de esclavitud de la que Jesús viene a salvarnos. De la recreación que Dios nos regala en su Hijo. Porque por el poder de su resurección nos hace una criatura nueva que nace, crece y llega, segun su promesa, su Palabra, a ser un hombre que tiene la estatura de Jesús en la fe, la esperanza y el amor. Que crece hasta dar el mismo fruto maduro del amor que muestra Dios en la Cruz de Cristo. Así unificado en la simplicidad puede ser el Padre nuestro no una colección de peticiones dispares, complementarias pero distintas, sino una progresión de la acción del Espiritu que nos hace hombres segun Jesucristo, que se dirige en su nombre al Padre bueno para que nos de el Espiritu que nos transforma en el hombre nuevo que puede dar la gloria a Dios.

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